
Los distintos centros de la máquina orgánica parecían verdaderas cajas de resonancia donde vibraban las armonías del universo; entonces era la Edad de Oro y no existía ni "lo mío" ni "lo tuyo", todo era de todos y cada cuál podía comer del árbol del vecino sin temor alguno; aquél que sabia tocar la lira estremecía a la naturaleza con sus notas.
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